domingo, 21 de enero de 2018

Muerte y transfiguración (A mi abuela)



Siempre creí que el abuelo se iría primero y que, dos o tres semanas más tarde, la abuela también moriría de tristeza. Pero cuando aquella tarde al llegar de la universidad mi hermana me dijo con voz queda y melancólica "Asegura tus cosas, nos vamos para el pueblo", supe que me había equivocado. Pregunté con tranquilidad qué sucedía y ella, con la misma voz cicatrizante respondió: "Mi abuelita murió. Toma tus cosas y nos vamos". Yo, impasible, sólo logré soltar un "No puedo, tengo exámenes que presentar mañana". Me sorprendí tanto como ella, pero no planeaba cambiar de opinión. Me miró como con rencor y decepción, al tiempo que cogió su bolsa y salió del departamento con mi hermano menor. 

     Cuando, dos horas más tarde, me encontraba solo, comencé a llorar. No por mi abuela sino porque me imaginaba el profundo dolor que debería estar sintiendo mi madre. Y yo no estaría allí para apoyarla. Sin embargo yo me había prometido que si algún día algún familiar del pueblo fallecía, no descuidaría mis estudios porque de nada valía acudir a despedir a alguien que ya no estaba. Me pregunté entonces si el viejo estaría llorando. Es decir, jamás vi algo que demostrara el amor que seguramente se tuvieron y menos por parte del abuelo, que es un tipo más bien duro, con carácter de los mil demonios, pero quizá al saber que ya no vería más a su esposa toda esa armadura se haría pedazos. No fue así. Ni él ni mi madre arrojaron lágrimas. Tal vez porque su enfermedad nos había avisado ya desde hacía mucho; ya todos estaban preparados. 

     A veces el abuelo todavía pregunta por ella a causa de una supuesta mala memoria. "¿Dónde está tu madre?", le dice a mis tías. "¡Ay, señor! ¿No ve usted que ya se murió?", "Ah". Me gusta creer que más que por confusión y olvido, el amor que le tenía le hace negar su muerte. Me gusta creer que al final su armadura sí quedó destruida y trata de disimular la gran falta que mi abuela le hace. Es lindo imaginar que sufre por amor, que no quiere dejarla ir y alucina con su existencia. Ojalá tuviera razón.

     Esa noche, en medio de mi soledad, quise escribir para ella. Comencé poniendo: "Y más vale que Dios exista, y más le vale que la cuide y le apapache, que tenga un lugar reservado para su alma, que le sane las heridas y el cuerpo rasgado, que le devuelva la libertad que hacía tiempo había perdido, que la cobije entre sus brazos hasta que recupere sus fuerzas. //Más vale que Dios exista...    //Más le vale". No quise seguir pues me parecía que no era el momento. Recordé que cuando era niño, al ver a mi abuela ya con canas, pensaba en la reencarnación. Por aquél entonces ya comenzaba a dudar de Dios y su existencia. "Si algún día se muere -me decía- antes de que se vaya le pediré que me avise si hay vida después de la muerte". No pude cumplirlo. Luego pensé en la muerte. La muerte significa dejar de sentir. Supongo que con eso basta para creer que se está en el infierno. Dejar de sentir. ¿Qué cosa más terrorífica, no? 

     En fin, este no es un escrito para implorar a Dios que me la devuelva, para ser sinceros no la extraño y tampoco recuerdo ya mucho de su rostro. Pero sí recuerdo su bondad y cada uno de los detalles que tenía, así que, si esto no es una petición, es una amenaza. Más vale que Dios exista porque ella le entregó su vida, porque merece un pago en nombre de sus buenas acciones, de su ternura, de su lucha. Más le vale al muy cabrón, porque la muerte que vivió fue tan dolorosa, en nada correspondida por su vida de servicio. Al final espero que esto no sea su muerte, sino una transfiguración. Ella llegará a reemplazarte, desgraciado, tú no mereces ese puesto.

     Adiós, abuela. 
    Perdón por la tardanza.
    Y perdón por haber sido el único nieto que no acudió a tu funeral.


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2 comentarios:

  1. He leído tu conmovedor recuerdo de la abuela y ha logrado sacarme alguna lágrima. Es una bella manera de recordarla y de reconstruir esos instantes en los que nos anuncian la partida de algún ser querido. En esos momentos solo pensar que existe Dios es un consuelo. Saludos fraternos.

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    1. Me agrada saber que te ha conmovido mi texto. Gracias por tus palabras, María.

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Quiero llevarte al cielo en los brazos de un Agosto sin prisa, quiero sentir la brisa robarle al sol la sonrisa como lo hacía el abuelo...