martes, 25 de diciembre de 2018

Versos de otro cielo

I
Tierra nodriza, que recuerdos crías,
una sonrisa muda es tu retoño;
Arcano es su camino ¿no sabías?
Va pisando hojas del pasado otoño.

II
Y su cintura a juego con la luna
que brilla y sienta bien con la locura.
Cuando me mira, el alma desayuna
de aquella hambruna grande, la escritura.

III
Acaso perpetuo es tu orgullo
acaso fugaz tu alegría
acaso serás un capullo
que oculta divina epifanía.




martes, 27 de noviembre de 2018

El tiempo nada sabe de amor

«Para algunos es una realidad, 
para otros una simple ilusión»
Natalia Rangel Torreblanca

Los tiranos viven creyendo 
que cortar alas frena el vuelo;
no saben que la facultad de un espíritu
es elevarse por sí mismo.
No saben que la distancia
no es cuchillo de recuerdos
ni de caricias ni de besos.

Los tiranos viven creyendo
que con heridas detendrán individuos
no saben que de las grietas
surgen los resplandores.
No saben que el cuerpo
cansado, carcomido, calcinado
es sólo envase del alma.

Los tiranos viven creyendo
que la rabia corta los hilos
no saben que la simbiosis
es conexión intangible.
No saben que cada fibra
es del mismo material
con que fabrican anhelos. 

Los tiranos viven creyendo
que el dolor debilita seres
no saben que de lo endeble
nace lo intransigente. 
No saben que el armamento
necesita un millar de golpes
para moldear su materia.

Los tiranos son unos tontos
como el tiempo con el amor
que cree que al crecer vence
pero sólo crece la fruición.
Ah, maldito tirano
que hoy te has llevado su aroma
no sabes que hasta en la muerte
la esencia es quien te devora. 

Ah, maldito tirano,
nada sabes tú de amor
y aunque más viejo y más sabio
inmortal sólo esa pasión. 

Los tiranos viven creyendo
Así como los cobardes, los ingenuos
los resignados, los necios
los insensatos 
que cortar alas frena el vuelo. 

No les creas. 
Lo mejor del amor 
es elevarse al firmamento
sin despegar los pies de la tierra.  




domingo, 11 de noviembre de 2018

Kintsugi

A veces quisiera
que dieras la vuelta; 
que en un arrebato de libertad
abrieras la jaula y volaras.

A veces quisiera 
que confesaras que hace tiempo
no hay tambores en tu pecho,
y que el pasado te otorgó 
mejores sueños incompletos. 

A veces quisiera
que al abrir la puerta de cariños
yo estuviera en un rincón
y que el sillón eterno de la espera 
fuera más real que ficticio.

A veces quisiera 
que cortaras mi piel con rechazos
y luego incrustaras de a poco
besos impropios de limón.

A veces quisiera
que más que pétalos fueran espinas
esas caricias tuyas
y que hubiera cicuta en tus labios
para morir en un gran viaje. 

A veces quisiera
que apagaras el fuego
tarde 
muy tarde
hasta tenerme calcinado
con cada tacto en el recuerdo.

Quisiera y no
que te marcharas sin aviso
y con toda la sangre derramada
hacer mezcla de amor y oro
y odio;
y poner un poco en las roturas
hasta formar las cicatrices:

señales de vida
de metamorfosis
de pasión. 
Cicatrices sin secretos. 

Quisiera y no. 
Pero por favor,
por favor,
dime que no.






viernes, 19 de octubre de 2018

«Entre dos luces»

No me mires así. Es imposible, cariño.
     Cada sábado vuelves a mí, con ese libro amarillo viejo y malgastado. Vuelves con la esperanza de que transforme letras en realidad. Vuelves y con emoción me recitas un par de poemas antes de hacer el amor. Ese maldito libro te está acabando. Te estás convirtiendo en un Quijote, queriendo vivir las metáforas que encontraste en un montón de papel acomodado.
     No me mires así, por favor.
     Tampoco me malentiendas. Disfruto tanto como tú estas noches. Me encanta ver tus cabellos perfectamente ondulados perder su orden al entrar en la habitación. Y así, desaliñada y coqueta, observar cómo te introduces entre las sábanas que hacen juego con el muro y te acomodas para leer.  Amo escuchar tu voz deslizarse entre el viento hasta llegar a mí, mientras mis manos heladas van despojando tu vestido y tu piel se eriza al contacto. Amo el encaje de tu camisón y que siempre elijas el color salmón para el momento, que de tan usado se ha vuelto holgado y ahora tu pecho izquierdo se escape sin opción y con ternura. Pero aún con eso no es posible.
     No me mires así, por favor.
     No me mires así porque tus ojos son como laberintos: por su inmensa hermosura y la facilidad de perderse en ellos. Tenebrosos, penetrantes. No me mires así porque tus labios delgados, con esa seriedad carcelera sólo me incitan a querer… así, a secas. No me mires así, cariño. Juro que quiero hacer de tus utopías una vida. Vida palpable, exquisita. Juro que quiero arrancarte ese libro, quemarlo y escribir el nuestro, con nuestros propios poemas y ficciones.
     No me mires así, porque tú me has puesto entre dos luces: una delicada y tenue, por donde nace el amor, reflejo astral postrado en una lámpara de noche, nueva singularidad de algún universo; la otra, ardiente y en tinieblas, reflejada en un par de anillos. Un par de anillos que me dicen que después de todo, sólo eres amor de sábados.
     No me mires así, por favor.

martes, 2 de octubre de 2018

En el sur del alma

Se te helarán los labios
los disfrutes y la vida.

Todo está listo
no lo harás en vano
-Mario Benedetti


No lo harás en vano
     En tu cuerpo puede que emerjan cicatrices de caminos incorrectos, senderos confusión, destinos cruzados. Puede que te equivoques y no te des cuenta hasta verte acribillado. Estarás bañado en sangre. El sudor evaporado te anunciará que el oscuro porvenir no promete tu ambición. Los pies llagados pedirán clemencia. Los puños gastados aclamarán más lucha. Y entonces..¿Pelear por lo que no se quiere o abandonar lo que has conseguido? Por si acaso te equivocas, al final del trayecto surgen nuevos caminos. Por si acaso te equivocas, aún te queda el sur del alma. Aunque te queda esa trinchera de sosiego, aún te queda el inframundo del renacer. En el sur del alma viven todas tus pasiones, todo tu coraje, toda tu fuerza. En el sur del alma guardas todo el peso de los espíritus caídos.

    La vida nace en el grito, en la explosión de una campana retumbante, en el eco de los sueños. La vida nace cuando ese pequeño brote de pasión exhala y corre y patalea. Cuando el delirio se torna cordura y los tiernos arrebatos se vuelven revolución. Cuando el tiempo se transforma en espacio, cuando el aceite entre dos cuerpos resbala, cuando las manos manchadas de tinta y pintura observan su labor, cuando las notas de un saxo corren por el aire y las baquetas retumban los platillos y los bombos. La vida nace en cada corazón bomba. En cada canto con letras napalm. En cada manifestación y en cada clase. En los pizarrones repletos de significado y en los alumnos repletos de metamorfosis. La vida nace en la palabra.

     En el sur del alma todo vuelve y se regenera.
     La vida nace en el grito.
     La vida nace en la palabra.
     La vida nace en el sur del alma.
     




domingo, 16 de septiembre de 2018

Matar el tiempo (El tiempo que me mata)

Hoy extrañé esa nada que había entre tú y yo,
sutil y callada, sobreentendida y total.
- Mario Benedetti (?)

Tiritaba de frío. Podía verle desde el pequeño espacio que permitían las persianas. 
     Tenía esa rara costumbre de sentarse todas las tardes a las seis con treinta en el mismo banco. Casi siempre había un viento increíblemente helado y casi siempre ella llegaba sin abrigo. Jamás usaba sostén, lo que causaba que por sobre su blusa delgada se marcaran sus pezones, día con día, a la deriva. Resultaba fantástico observar como una especie de campo de energía rodeaba su territorio. Nunca, durante ninguna de las seiscientas cincuenta y siete tardes, apareció acompañada (afortunadamente) y tampoco nadie se acercó siquiera, hasta que se marchaba. 
     Esta tarde era distinta. Esta tarde, tal como hace cincuenta y cuatro días, sentí extrañarla. Era un suceso periódico. Incluso lo tenía apuntado en mi calendario. Como si mi memoria tuviera una especie de etapa menstrual en el que vaciaba todos sus recuerdos, no para dejarlos ir sino para revivirlos, a veces con mayor intensidad. Ni antes ni aún ahora me sentía enamorado. Era una mujer en cuyos mares siempre había peligro y el naufragio era un evento rutinario. No había tiempo para el amor en esas condiciones. No. No era necesario. 
         A veinticinco metros de distancia aún podía ver el tatuaje que marcaba sus clavículas; "El abismo también mira dentro de ti", rezaba. La frase era un acto de prohibición pero también una tentación. Sólo yo sabía por qué estaba prohibido. Sólo yo había arriesgado tanto por la tentación. 
     Di un pequeño sorbo a la taza de té, tomé el celular y presioné los números. 
     Cinco. Cinco. Uno. Siete. Cuatro. Nueve. Dos. Dos. Cinco. Tres.
     El "bip" repetitivo del teléfono sonaba lento.
     ¿Hola? ¿Fernando?
     Hola, Rebeca.
      ¿Sucede algo?
     Supongo que ya lo sabes.
     Jamás he entendido tus palabras mudas. 
     Suspiro.
     Desearía no extrañarte tanto de vez en cuando.
     Silencio. Suspiro. Silencio. Respiro.
     —Irónicamente,  de vez en cuando  yo también te he llegado a extrañar.
     Desconectó la llamada. El "bip" repetitivo del teléfono sonaba lento. Eternamente lento. Como la espera que iniciaba. Como el latido que gritaba. Como la vida que se nos iba. Como el reloj que mataba. 


martes, 4 de septiembre de 2018

Espíritu en ayunas

Nostalgias imperiales
De las pasiones de ayer
De las caricias en furia
De los besos del viento

Te extraño, amada mía;

Mi espíritu está en ayunas
Hace mucho que no ruge
Hace mucho que está hambriento.
Su estómago vacío
Aclama una marcha que alimente,
Sudor que hidrate
Y unos pies cansados
De tanto gritar

Te extraño, amada mía;

Tus silencios
Y las cuentas regresivas
Los cantos
Y nuestra vida nocturna.
¡Vuelve a cantarme al oído!
¡Vuelve para explotar contigo!
¡Vuelve, que nos matan!
¡Vuelve, que la historia se repite

Te extraño, amada mía.
Te extraño, Revolución.







miércoles, 8 de agosto de 2018

Te convertirás en Van Gogh

Arráncate la oreja. 
Mejor las dos. 
Revienta tus tímpanos. 
Deja que sanen de a poco 
con la suavidad de sus palabras. 
Sólo debes permitirte escuchar tus pasiones, 
tus pálpitos. 

Arráncate los oídos 
para ignorar los ruidos de fuera;
para que las bocas ajenas callen
al presenciar tu alegría.

Arráncate la oreja.
Mejor la dos. 
Porque sólo en tu sordera
podrás escuchar a los dioses;
Beethoven lo descubrió hace tiempo.

Arráncate los oídos.
Aunque te llamen loca
y no sepan más que gritar
lo que las almas pequeñas no entienden.

Arráncate la oreja.
Mejor la dos.
Porque así te convertirás en Van Gogh,
y tu amor se volverá
el arte que pocos comprenden,
pero que sin duda añoran.

Arráncate la oreja
por favor.





sábado, 16 de junio de 2018

El beso

Magnífico el momento en que todo se vuelve caos. Las bocas estallan arrojando dardos envenenados de sinrazón, de ira caprichosa, egoístas e intolerantes. Los ojos miran con recelo y desapruebo, algunos otros con lujuria, mientras en otro extremo un cuerpo rompe sus límites. Existe un ruido monstruoso inundando el lugar, corrientes de aire sacuden tus entrañas cual huracán en las costas de un mar de moralidades absurdas. El cielo arrasa los caminos con su llanto, parece que Dios también ha enfurecido. No entiendes porqué el alboroto pero, ¿para qué explicarles? sus oídos no comprenden lo que tus latidos hablan. 
     Magnífico el momento en que todo se vuelve caos. Puedes sentir como todo cae en ruinas pero algo dentro de ti se levanta con vigor. No puedes ir a la guerra esperando encontrar silencio. Todo es escándalo que se clava en la memoria. No puedes ir a la guerra esperando encontrar silencio pero sí paz. Punto final de la travesía. Casi nunca se logra y de hecho, las cosas suelen empeorar.  Serás condenado y habrá cambios irreversibles.
     Magnífico el momento en que todo se vuelve caos.  Las bocas -sus bocas- estallan arrojando dardos de pasión, de complicidad caprichosa, altruistas y transigentes. Los ojos miran con ardor y sensualidad, mientras en otro extremos un cuerpo se funde. Existe un ruido quedo adornando el lugar, corrientes de aire sacuden tus entrañas cual huracán en las costas de un mar de moralidades absurdas. El cielo ruge, parece que el demonio trama algo. No entiendes porqué el alboroto pero, sin pensarlo, alcanzas a murmurar:
     Bienvenidos a la revolución. Ahora saben lo que significa un beso. 

domingo, 27 de mayo de 2018

Lo que nunca ha sido mío (A mi familia)

Los trofeos, los dieces y diplomas
La verdad, los caminos, el talento
La fuerza, los versos, el sentimiento
Tienen origen en otros aromas;

Ni de Austria ni de Francia ni de Roma
Catorce manos buscan mi contento
Sin decirlo sostienen mi tormento
Por ellos vuelo cielos, cual paloma.

Las metas, las victorias, los aplausos
Un conjunto que nunca ha sido mío
De egoísmo, de ceguedad me encauso

Pues no he ganado solo un desafío.
Hoy los ojos abro, la vida pauso:
Esas manos están si caigo al río



viernes, 2 de marzo de 2018

Y si los muertos aman...

 «Y si los muertos aman
Después de muertos
Amarnos más»
-"Nuestro Juramento", Julio Jaramillo.


Seremos la singularidad, el origen y el retroceso, Big-bang y Big-crunch. En ti nacerá la materia y en mí la antimateria. Nos destruiremos al contacto, pero como espíritus guerreros, no nos soltaremos jamás. Andaremos de la mano expulsando energía capaz de generar hoyos negros. Espacio y tiempo quedarán postrados ante nuestros pies. Un beso significará una hora y un abrazo un siglo. Las miradas serán la nueva medida de distancia, sin importar si estamos a mil metros o a diez centímetros, la comunicación ocular será quien diga qué tan lejos o cerca estamos de cada cual. 
      Seremos revolución y anarquía. Nuestro amor no seguirá estereotipos, ninguna estupidez de romance contemporáneo. Andaremos sin rumbo, porque sólo así se encuentran los buenos destinos; porque sólo si no sabes hacia dónde te diriges es como encuentras lo que jamás buscas. En este juego de azar, no parece casualidad nuestro contacto. Somos la resurrección de Popocatépetl e Iztaccihuatl, la sangre tlaxcalteca fluye por nuestras venas. Estamos aquí para terminar lo que en su historia quedó incompleto, para desmentir lo que de otras bocas se escape, para que no exista más verdad que la que de nosotros se forje, para que incluso el demonio nos tenga respeto. 
     Seremos ceniza y vida. Cuando no queden sino resquicios de nuestro pacto, la Tierra tendrá talladas las letras de nuestras almas. De nuestro abrazo surgirán las brasas, huellas para fuegos próximos. Seremos volcanes, etéreos e infinitos. Seremos volcanes en erupción, quemando todo aquello que se cruce en nuestro camino. Extinguiremos a toda una especie, envolviendo sus cuerpos inútiles y vacíos de sentimientos con nuestro manto. Manto de insigne devoción, delgada capa por la que se observará el infierno, armadura de seda invisible e impenetrable. El mundo entrará en pánico, el corazón podrido de cada individuo comenzará a florecer desde sus entrañas hasta que de su boca broten declaraciones de amor. No podrán escapar. Seremos ese par que lleve al planeta a su fin. Esta vez no habrá Dios que nos condene, no habrá Dios que nos destierre del paraíso. ¡No somos Adán y Eva, no somos tan débiles! En un acto de implosión el cielo se reducirá a nada. Entonces habrá espacio para el humano, para que viva sin restricciones. No existirán los pecados ni lo hechos nobles. No habrá nadie que pueda obrar con bien o con mal. ¡Nadie, escúchalo, nadie! Ya no habrán reglas. El mundo será un caos y eso estará bien. 
     Seremos volcanes, etéreos e infinitos, porque incluso después de muertos, seguirán en el aire vestigios de nuestro amor. 

jueves, 15 de febrero de 2018

Claudia

Siempre quise conocer a alguien que se llamase Claudia. 
     Aquella tarde, mientras mis manos sostenían un ejemplar de «La muerte y otras sorpresas», de Mario Benedetti, sentí como de apoco se iba acercando a mí. "Del trabajo a casa, y de casa al trabajo. Pero ella y yo juntos. No importaba que no habláramos mucho.Una cosa es estar callado y saberla a ella enfrente, callada, y otra muy distinta estar callado frente a la pared. O frente a su retrato". Justo cuando terminé de leer este párrafo, ella tomó asiento a mi lado. 
      ¿Sabes? dije sin darme cuenta. Hay dos tipos de silencio: el que te llena la mente y el corazón, y el que sabe a una terrible soledad. Acabo de darme cuenta de ello. Lo dice este párrafo, mira. 
     Le enseñé el pequeño fragmento que acababa de leer. Ella, aún sin comprender, se limitó a seguirme el juego. Tomó el libro en sus manos y mientras inspeccionaba cada palabra, yo me propuse esperar su reacción. 
     Supongo que tú te encuentras en ambos 
     ¿Perdón?
     Sí, ambos silencios. Hace diez minutos que comencé a observarte desde el otro lado del parque y me parece que, aunque disfrutas de esta soledad, rodeado de árboles y sombras imperceptibles, hay algo en ti que está mal. ¿Te sientes sólo, no es cierto? Me da la impresión de que extrañas a alguien, alguien con la que compartías silencios, tal como tu personaje. Lo sé por la manera en que sientes la historia, porque a la distancia puedo notar los nudos que se te hacen en la garganta en algunos instantes de tu lectura. No lo tomes a mal, es sólo una primera impresión. 
     No sabía qué contestar. Una completa extraña requirió sólo de diez minutos para adivinarme. 
     ¿Por qué me observabas? balbuceé. 
    No lo sé, esa manera tuya de vivir un escrito es como un imán. Me gusta ver cuando las personas sienten. Es un lindo ejercicio. De pequeña solía observar a mi abuela leer las cartas que el viejo le mandaba de Estados Unidos. Siempre estaban llenas de cariño, de melancolía, de anhelos. Más de una vez vi caer lágrimas en su rostro y también hubo muchas más en que lloré con ella. El último sobre que recibió que llevaba su nombre informaba que el abuelo había sido asesinado. Entonces ella escribió una carta de despedida en cuyo papel quedaron impregnadas muchas gotas de tristeza. No me lo vas a creer pero ella también tenía una teoría de silencios. Decía que la muerte era el silencio magnánimo en el cual nos volveríamos más sabios y que el silencio en vida no era más que un divertido juego para matar el tiempo. O para que el tiempo nos matase, funcionaba igual. 
    ¿Dónde está ella ahora?
     Haciéndose más sabia. 
     Parece que no soy el único que se siente solo. 
     Dije las palabras justas. No bien había terminado aquella frase y ella rompió en llanto sobre mi hombro. Algo dentro de mí me decía que debía darle palabras de aliento pero no quise interrumpirla. Llorar estaba bien y quitarle ese privilegio sólo le lastimaría aún más. De a poco el llanto se convirtió en un par de sollozos y los sollozos en dulces suspiros. Alzó la mirada sin despegarla de la mía. Caí en cuenta de que todo ese tiempo había mirado hacia otro lado, pero ahora, sin más remedio, me dedicaba a observarle. Su frente estaba húmeda. Los cabellos ondulados se desvanecían hasta culminar en extremos azules. Mujer eléctrica. 
    Tenía un mal presentimiento. Sin poder evitarlo y como si alguien me obligara, reparé en sus ojos. Quería correr, el miedo fluía por mi sangre con una velocidad impresionante. Un par de aureolas verde botella rodeaban los centros llenos de negrura. Sentí como aquél abismo me tragaba entero. Sus ojos eran el puente a otros mundos. Era ahí donde se encontraba el secreto del universo. De pronto mis labios se encontraron con los suyos. Sentía mi cuerpo arder. Su boca era un temazcal que incendiaba en vapores, en calor infernal. Su boca era un temazcal que me hacía renacer, que golpeaba el cuerpo pero renovaba el alma. Era el temazcal que humedecía mi piel, ese pequeño espacio en dónde Dios y el Diablo firmaron un pacto, en el que carne y cuero dejaban de ser un envase para convertirse en armadura. 
     Después de todo, hay un tercer tipo de silencio me dijo—. Ese que promete complicidad, por el que sólo los corazones se comunican...
     Se levantó, me dio un último beso y emprendió su despedida a paso lento. Mientras la veía alejarse, supe que jamás volvería encontrarla. «Por cierto, me llamó Claudia», gritó a lo lejos. Esa sería la última vez que escucharía su voz, pero no la última que su latir conversaría con el mío. 



     

domingo, 11 de febrero de 2018

Postdata de mi sueño

A ella no le gusta la lluvia y sin embargo, nuestro primer beso fue bajo su regazo. Miles de gotitas se impregnaban en nuestra ropa, en nuestro cabello y en nuestra alma. Sus labios a veces resbalaban, al igual que los míos; pero jamás desistimos de volver a intentarlo, de volver a chocarlos en suaves caricias húmedas y frías. "Mis piernas están temblando", me había dicho apenas el día anterior, en nuestro primer abrazo. "Mi corazón tiembla", respondí. Había mentido y se lo dije mientras el agua nos seguía empapando. "Mi corazón no temblaba. Más bien estaba jodidamente paralizado". Eso sí era cierto. Quieto, como si una bala le hubiera atravesado de extremo a extremo, había dejado de latir, tal como en ese instante. Jamás había estado en una situación similar, un momento en el que nada en mi cuerpo parecía reaccionar. Siempre existía alboroto, caos, palpitaciones a mil por hora, pero ahora, inmóvil, esperaba una orden del cerebro. Él, estúpido y enamorado, había decidido que era tiempo de sinrazones. 
    A ella no le gusta la lluvia y sin embargo parecía bendecirnos. Sobre ese pequeño puente se sellaba nuestro pacto, un contrato de sentimientos. Busqué su rostro. Viaje desde su mejilla derecha a la comisura de sus labios, de la comisura a la boca y de la boca al otro extremo. Y de extremo en extremo fui perdiendo la razón. Sus abrazos me robaban el aliento, tanto por su dulzura y calidez como por su fuerza y energía. Recordé cuando de niño jugaba a los Encantados, si te tocaban no podías moverte hasta que alguien más te volviera a la vida. Nadie me dijo que Los Encantados no era sólo un juego, que podías encantarte de verdad. Nadie me lo dijo y en consecuencia ahí estaba yo, con cara de tonto, el cabello ridículo y sin poder moverme. Mentalmente, quiero decir. Jamás imaginé que su ternura era una gran estratega del juego. Si el mundo me preguntara, respondería que perdería el juego con tal de quedarme encantado eternamente.
     A ella no le gusta la lluvia y sin embargo se quedó conmigo. Estaba enferma y se quedó conmigo. "Te vas a enfermar", me dijo. "No, tú te vas a curar" le respondí. No sería un buen doctor, a todo paciente me encargaría de recetarle una buena dosis de besos, de amor, de euforia. No me imagino a alguien con cáncer curándose con cariño, pero al menos se olvidaría del cáncer. 
     A ella no le gusta la lluvia, ni tampoco que la tome de la mano; pero caminamos enganchados el regreso. Su vestimenta era la misma que en la primera vez que la reconocí linda. ¿Quién habría adivinado semejante coincidencia? Dato curioso: No me gustan sus Casualidades perfectas, pero me encantan si las vivo con ella. 
     Regresamos al mundo, secos y más vivos. Mientras la miraba en silencio , escuché de repente en mis adentros:
     
     Postdata: cuan magnífico es saber que hace frío afuera, pero bajo el pecho un calor está naciendo. No busques más. El tiempo enseña, que los sueños nunca engañan*     
Pintura: Jeff Rowland

*Mi gente- Sharif Fernández ft Pablo.
     
     



jueves, 25 de enero de 2018

Mujeres y otras deidades (III)

Le agradaba su actitud temeraria. Le agradaba que no le tomara importancia a sus comentarios y la seguridad que imponía. Hubo un momento en que sus ojos atravesaron los suyos, nadie antes había logrado encontrarlos debajo de esa oscuridad que representaba un falso cráneo. Sintió miedo y admiración. "Será mejor que nos vayamos", le dijo. La condujo hasta el abismo, y una vez que la dejó ante sus puertas, salió con prisa para encontrar a Dios. 

     TERCERA PARTE: GÉNESIS


      Las cosas por aquí cambiaron desde hace ya algún tiempo Le decía el diablo La realidad es que hice las pases con Dios sólo un par de siglos después de nuestra pelea. Yo era un ángel ¿sabes? Solía disfrutar del paraíso universal, de sus paisajes y su dulce monotonía (ahora me resulta tan horrenda). Pero todo cambió cuando llegó Eva. Jamás existió Adán, por si te lo preguntabas. Eva era una de esas mujeres incandescentes, una mujer que sólo el humano puede crear, porque Dios hace mucho que perdió el arte.  Ambos nos enamoramos de ella; pésima decisión entre amigos.  Entonces yo carecía de poder y agallas, por lo que no me quedó más remedio que resignarme y partir. Pero ella, amante del caos y la lujuria, decidió visitarme en mi morada (que aún pertenecía al paraíso), se entregó completamente, en alma, en cuerpo, en muerte; para mí ya no importaba nada, Él tendría que admitir su derrota. No fue así, por supuesto. Me desterró pero no me limitó, pues pese a todo seguía valorando nuestra amistad que entonces parecía muerta. Creó el infierno y mi castigo era castigar. Él sabía perfectamente de mi bondad y de lo mucho que me dolería cumplir esa tarea. Más tarde, cuando nos reconciliamos, me permitió dejar de mortificar a quienes llegaban. Desde entonces llegan, buscan algo que hacer, se instalan y se dedican a morir. Te sorprendería saber que es más eficiente la no tortura para que se arrepientan de sus pecados. 
     Bueno, entonces supongo que iré a buscar algo que hacer.
     
     Con pequeños pasos apresurados se adelantó sobre el sendero serpenteado, siempre a poca distancia del demonio. Él, detrás de ella, observó su figura, su dulce y tierna figura. Le embargaron una ganas enormes de tomarla por la cintura, de abrazarle y sentir sus mejillas tibias pegadas a sus labios, de acariciarle el cabello y susurrarle al oído uno de los tantos poemas que escribía desde hacía siglos. 

     Sólo te advierto que nunca me voy a arrepentir de lo que hice en la tierra. Y de ser posible comenzaré a hacerlo aquí, en el infierno. ¿Tendrás lo suficiente para detenerme?Soltó una carcajada seductora y desafiante. Dio media vuelta mientras comenzaba a caminar hacia atrás. Sonreía con una tranquilidad tormentosa. En sus ojos podía verse lo increíblemente loca que estaba, era una mirada fija, a la espera del menor error para atacar. 
     Lanzó una última sonrisa, grande, blanca, pura. Tropezó y cayó al lado de un árbol.
     

     Sólo te advierto que desde hoy el concepto de infierno será cambiado dijo, mientras con las piernas expuestas comenzaba a jugar con su vestido. Con sutil brujería lo fue deslizando hacía su vientre, primero desde abajo y luego desde los hombros. Poco a poco su piel se presentaba al diablo; morena, candente, magnética. Sus manos jugaban, en un viaje que iba desde el cuello hasta los pechos, de los pechos al ombligo y del ombligo al orgasmo. Ella, sumergida en su placer, no se percataba del inmenso poder que ahora poseía. Sintió entonces una mano que se postraba sobre sus piernas, una mano fría a pesar del abismo en el que se encontraban. No quiso abrir los ojos. La mano misteriosa recorrió su cuerpo. El delicado contacto entre pieles parecía crear estallidos inconmensurables. Sintió una lengua humedecer su cuello, bajando en espirales hasta encontrar sus pechos, menudos y excitados. El objetivo era claro, se disponía a realizar el mismo viaje. Siguió su deceso por el surco del vientre, el verdadero camino hacia el infierno. Encontró el ombligo indefenso, profundo. Pequeños sonidos emanaban de su boca. No quiso abrir los ojos. Volvió a descender, una cuarta más abajo. Gritó alterada. El placer era infinito, ahora entendía perfectamente a Eva. Ahora deseaba también a Eva. No pudo evitar abrir los ojos, primero quedando blancos y luego volviendo. 
     Al situar su vista al frente vio al demonio sumergido entre sus piernas, como el caníbal que no ha sido alimentado en días. Detrás de él, Dios observaba. 

     ¿Quieres unirte? 
     No, quiero ser el único. 

     Un destello empezaba a forjarse en la palma de su mano derecha. "¡Hey, amigo!". Arrojó lo que parecía un tornado de rayos y centellas. El diablo, con una velocidad impresionante, se incorporó para recibirlos. "¿Acaso crees que sigo siendo el mismo ángel? ¡Ahora soy Lucifer, maldito bastardo!" aulló. Y soltó con furia una enorme bola de fuego brillante. 
     Todo se cubrió con un resplandor divino. 

 [...]

     «Dios ha muerto, querido». Escuchó Friedrich en la Tierra. «Dios ha muerto y no me arrepiento de nada».
     «Dios ha muerto», repitió Friedrich (La Muerte vuelta humano) en voz alta.

   






domingo, 21 de enero de 2018

Muerte y transfiguración (A mi abuela)



Siempre creí que el abuelo se iría primero y que, dos o tres semanas más tarde, la abuela también moriría de tristeza. Pero cuando aquella tarde al llegar de la universidad mi hermana me dijo con voz queda y melancólica "Asegura tus cosas, nos vamos para el pueblo", supe que me había equivocado. Pregunté con tranquilidad qué sucedía y ella, con la misma voz cicatrizante respondió: "Mi abuelita murió. Toma tus cosas y nos vamos". Yo, impasible, sólo logré soltar un "No puedo, tengo exámenes que presentar mañana". Me sorprendí tanto como ella, pero no planeaba cambiar de opinión. Me miró como con rencor y decepción, al tiempo que cogió su bolsa y salió del departamento con mi hermano menor. 

     Cuando, dos horas más tarde, me encontraba solo, comencé a llorar. No por mi abuela sino porque me imaginaba el profundo dolor que debería estar sintiendo mi madre. Y yo no estaría allí para apoyarla. Sin embargo yo me había prometido que si algún día algún familiar del pueblo fallecía, no descuidaría mis estudios porque de nada valía acudir a despedir a alguien que ya no estaba. Me pregunté entonces si el viejo estaría llorando. Es decir, jamás vi algo que demostrara el amor que seguramente se tuvieron y menos por parte del abuelo, que es un tipo más bien duro, con carácter de los mil demonios, pero quizá al saber que ya no vería más a su esposa toda esa armadura se haría pedazos. No fue así. Ni él ni mi madre arrojaron lágrimas. Tal vez porque su enfermedad nos había avisado ya desde hacía mucho; ya todos estaban preparados. 

     A veces el abuelo todavía pregunta por ella a causa de una supuesta mala memoria. "¿Dónde está tu madre?", le dice a mis tías. "¡Ay, señor! ¿No ve usted que ya se murió?", "Ah". Me gusta creer que más que por confusión y olvido, el amor que le tenía le hace negar su muerte. Me gusta creer que al final su armadura sí quedó destruida y trata de disimular la gran falta que mi abuela le hace. Es lindo imaginar que sufre por amor, que no quiere dejarla ir y alucina con su existencia. Ojalá tuviera razón.

     Esa noche, en medio de mi soledad, quise escribir para ella. Comencé poniendo: "Y más vale que Dios exista, y más le vale que la cuide y le apapache, que tenga un lugar reservado para su alma, que le sane las heridas y el cuerpo rasgado, que le devuelva la libertad que hacía tiempo había perdido, que la cobije entre sus brazos hasta que recupere sus fuerzas. //Más vale que Dios exista...    //Más le vale". No quise seguir pues me parecía que no era el momento. Recordé que cuando era niño, al ver a mi abuela ya con canas, pensaba en la reencarnación. Por aquél entonces ya comenzaba a dudar de Dios y su existencia. "Si algún día se muere -me decía- antes de que se vaya le pediré que me avise si hay vida después de la muerte". No pude cumplirlo. Luego pensé en la muerte. La muerte significa dejar de sentir. Supongo que con eso basta para creer que se está en el infierno. Dejar de sentir. ¿Qué cosa más terrorífica, no? 

     En fin, este no es un escrito para implorar a Dios que me la devuelva, para ser sinceros no la extraño y tampoco recuerdo ya mucho de su rostro. Pero sí recuerdo su bondad y cada uno de los detalles que tenía, así que, si esto no es una petición, es una amenaza. Más vale que Dios exista porque ella le entregó su vida, porque merece un pago en nombre de sus buenas acciones, de su ternura, de su lucha. Más le vale al muy cabrón, porque la muerte que vivió fue tan dolorosa, en nada correspondida por su vida de servicio. Al final espero que esto no sea su muerte, sino una transfiguración. Ella llegará a reemplazarte, desgraciado, tú no mereces ese puesto.

     Adiós, abuela. 
    Perdón por la tardanza.
    Y perdón por haber sido el único nieto que no acudió a tu funeral.


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Quiero llevarte al cielo en los brazos de un Agosto sin prisa, quiero sentir la brisa robarle al sol la sonrisa como lo hacía el abuelo...